La imagen que reflejamos y nuestro aspecto físico se han convertido en lo que, comúnmente se ha bautizado como nuestra “carta de presentación”.
La preocupación por “cómo somos por fuera” cobra más importancia que los valores personales no materialistas. Esto se ha traducido en un aumento del gasto en la alimentación en todo tipo de clases sociales.
Según las leyes básicas de consumo, “a más riqueza, menos gasto en el consumo de alimentos y bebidas”. El principal elemento diferenciador en el estatus social, sin embargo, siguen siendo las prendas de vestir. Pero para ello primero se ha de tener un cuerpo que se adapte y vaya acorde al reclamo social.
La revolución industrial permitió un abaratamiento de las materias primas pudiendo, por lo tanto, ser accesibles para una ciudadanía cada vez más concienciada de la importancia de “cómo nos ven” y no de “cómo realmente somos”.
A lo largo de las últimas décadas se ha visto descendido el importe en el gasto en productos textiles mientras que ha ido incrementando la mayor cantidad de prendas que se amontonan en nuestros armarios.
El elitismo dejó de ser algo exclusivo para democratizarse, surgiendo una clase media accesible para la mayoría de la población. Hoy en día esta clase media se interesa cada vez más por unas costumbres sanas y unos hábitos nutricionales en los que cada vez son más aceptados los suplementos deportivos y la alimentación de kilómetro cero y proximidad.
Lo que no está claro todavía es si esta tendencia se mantendrá en alza o, si de lo contrario, las nuevas generaciones optan por otros valores. Y es que, a la vez que se incrementa el interés por el culto al cuerpo surgen estudios que abogan el aumento de los índices de obesidad en los países más desarrollados, siempre la preocupación principal de muchos padres a los que les es difícil controlar qué comen sus hijos.